lunes, 16 de septiembre de 2013

Lunas verdes.



Y entonces, miré por vez primera esas dos lunas verdes. Esas dos lunas verdes que estaban ligeramente sujetadas por las sequías de su juventud ya prácticamente extinta. El resto de los mortales lo llamaban ojos, pero yo no podía permitir ese nombre tan vulgar ante tanta belleza compuesta por unos cristalinos que les daba la visión que hacía que todo lo que se posaba ante esas lunas verdes, destilase significado y sentido a todo de su alrededor, unos iris que tanto les caracterizaba y que tanto me enloquecían, unas pupilas que si la mirabas fijamente parecía que ibas a caer en el fondo del abismo, pero claro, ahí estaba el color esperanza de su iris, que te rescataba, y luego volvías a mirar a las pupilas y vuelta otra otra vez, hasta llegar al punto culminante de la esquizofrenia.
Desde luego, no eran unos ojos verdes cualquiera. Ahí me hundía yo cuando la vida me llegaba por la nariz, al ser un prado verde, rodaba colina abajo y me perdía sin que me atormentase.
Por eso mismo, lo más hermoso que he visto siempre serán esas dos lunas verdes, que manifestaron en mi una vorágine de eterna inmensidad. Si estas dos lunas verdes parpadean demasiado, yo me desequilibrio. Pero si alguna vez esas dos lunas verdes parpadean para no volver a abrirse, entonces se apagaría mi vida, y nada tendría sentido.

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